Busqué un portal donde hallar finales felices, uno, en el que se acabaran las máscaras, el fingir.
Mis sombrías manos se alzaron para recibir dicho júbilo, y me protegieron de una traición, de un cuchillo traicionero.
Yo estaba más muerto que ese demonio, más que cualquiera.
Y entramos, y causamos el caos... al menos en apariencia.
Me adentré en esas alumbradas callejuelas, llenas de vida, en la noche más oscura que jamás había visto.
Y yo corría, raudo, huyendo... para poder encontrarme, para poder dejar de fingir.
La luna encontré, y allí viaje... la luz ganó, al entrar en ella.
Dejé atrás a héroes y villanos... para empezar un nuevo cuento, un cuento, en el que la luz y la oscuridad encontraran armonía, en el que las manos sombrías se vieran las unas a las otras, un mundo, en el que el amor fuera el único idioma.
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