Había una vez, una princesa a la cuál
todo el mundo adoraba… humilde, trabajadora, la ternura hecha persona. Se
llamaba Vanessa, y así como su nombre, era conocida por ser la princesa más
comprensiva de todos los reinos. Todas las navidades, se dedicaba en cuerpo y
alma a atender a su pueblo, a su familia, a sus amigos… salvo en una ocasión.
Este año, la princesa había sufrido una pérdida… y se sentía sola, pese a
repartir bondad y amor por doquier, su corazón le pedía ser la que recibiera
atención. Huyó del reino, desconsolada… pensaba en marcharse a otro reino, y no
regresar jamás.
En el reino vecino, sus ojos no
podían dar crédito a lo que estaban viendo… una guerra había destruido todo
aquello que era hermoso, ni en Navidad había paz para las víctimas de las
guerras, pensó para sí. Dos pequeños se hallaban en el suelo, llenos de
suciedad, llorando, pues sus padres estaban agonizando ante sus diminutos ojos.
La princesa, presa de la tristeza, se acercó a hablar con ellos… y ellos, con
lágrimas en los ojos, le dijeron que ya no sabían que hacer, que solo los
tenían a ellos.
Al escucharlos, solo pudo más que
abrazarlos, y pedirles perdón… justo ese año, al fallecer sus padres, ella se
había desentendido de los asuntos reales, y debido a ello, unos delincuentes
habían campado a sus anchas por el reino de los pequeños.
Ellos, la perdonaron sin vacilar…
vieron su buen corazón.
En ese instante, la princesa se dio
cuenta de que nunca es tarde para corregir los errores… se quedó de piedra al
ver la gentileza de dos pequeños que lo habían perdido todo. Junto a ellos,
volvió a su castillo, dándoles cobijo y alimentos, más tarde habló con sus
caballeros, y les pidió que derrocaran a aquellos delincuentes. Lo que ella no
esperaba, era que sus amigos, preocupados por ella, le organizaran una cena
navideña al llegar.
Vanessa, solo pudo llorar… era lo único que
podía hacer en esos momentos. Lo que ella más necesitaba, era comprenderse a sí
misma, a sus sentimientos, valorarse y darse cuenta de lo importante que es,
seguir celebrando tal festividad pese a las desgracias que asolan el mundo.
Juntos, unidos por una mezcla de tristeza y alegría, cantaron y bailaron, y
sonrieron al cielo, pues todos sus familiares, en forma de estrellas, formaban
parte de él.
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